viernes, 30 de enero de 2015

Capítulo 3º: Rescate

7:30
El aire sostenía un leve olor a tostadas y café. Mi litera estaba dos metros sobre mí, me dolía extremadamente la espalda. Ayer por la noche debí caer de ella. Me levanté del suelo y me dirigí hacia la cocina. Allí estaban todos, vestidos con la poca ropa que teníamos para todos. Yo, vestía con el mono de trabajo azul de la fábrica. Desayuné con ellos y planteamos lo que haríamos durante el día que teníamos delante.

7:50
La calle, como siempre estaba desierta. La mayoría de la gente que vivía en la ciudad se escapó hacia la frontera, o huyó al campo. Solo unos pocos debíamos quedar dentro de Barcelona. El plan de hoy, era ir a buscar a nuestros amigos y seres queridos más próximos. Y como no éramos idiotas, decidimos ir en grupos de dos.

8:40
Después de una caminata sin sobresaltos por los túneles del Metro, Martin y yo llegamos a la parada de “Verdaguer” subimos por las escaleras y por fin al exterior. Las calles de esta zona estaban llenas de escombros. Y proseguir andando era más difícil. Nos pegamos a la pared de los edificios de nuestra izquierda. Llegamos al número 200 de la calle Sicilia. Allí vivía una de mis mejores amigas. La puerta estaba abierta, y un rastro de sangre entraba y subía por la escalera, hasta llegar hasta el primer piso. El rastro seguía hasta la puerta de Judith. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral. Di unos golpes en la puerta. Sin respuesta. Entonces el pánico cundió. Derribé la puerta de un solo golpe. Entré corriendo en el piso y seguí hasta la puerta de su habitación. Solo había estado en ese sitio una vez. Pero recordaba perfectamente el orden y la distribución de la casa. El rastro de sangre me ayudó a encontrar su cuerpo.

9:05
Judith permanecía tumbada en el suelo. Su mano estaba agarrada a la escalera de su litera. Había intentado subir. Mis piernas actuaron solas tirándome a su lado. Coloqué mis manos en su cuello. El pulso era débil. Pero era pulso. Sus ojos se entreabrieron. Mis ojos le insuflaron algo de esperanza en sus ojos de chocolate. Una lágrima resbaló por su mejilla.-Arun- Dijo. Acababa de susurrar mi nombre. Y justo después se desvaneció. Le volví a tomar el pulso. Seguía débil. Abrí la mochila y saqué el kit médico y vendé tan bien como pude su herido abdomen. Con la ayuda de Martin la levanté del suelo y la trasladamos a una cama. Sus cortos pelos Marrones, se habían vuelto rojos al tocar el charco de sangre.

9:45
Atamos a Judith a una improvisada camilla y la bajamos por las escaleras con toda la precaución que pudimos tener. Volvimos a bajar a los túneles del metro. De vez en cuando parábamos, Judith bebía agua y nosotros descansábamos.

11:05
La casa estaba desierta. Joan y Arnau no habían vuelto todavía. Tendimos a Judith en el suelo y con un material que habían sacado de un hospital días antes, empezamos a extraer la bala. Judith dormía bajo los efectos de la morfina.

12:30
La herida ya estaba cosida. Joan y Arnau habían encontrado a Anna y a Marta, otros compañeros de instituto. Estos, miraban con estupefacción el vendaje empapado en sangre. Segundos después me dirigí hacia la nevera y a dos metros de ella me desplomé.

12:45 (día después)
Martin me miraba atentamente. Abrí los ojos parpadeando al ver la intensidad de la luz. Abajo se oía una discusión. –Vamos bella durmiente te esperamos abajo-dijo Martin.

Decidme que os parece.

miércoles, 21 de enero de 2015

Capitulo 2º: Reencuentro

7:25
El humo me hacía toser, y me secaba la garganta. El sol brillaba entre negras nubes. Las iglesias seguían ardiendo y la revolución continuaba. Mi fusil reposaba sobre mi falda, y mis ojos atentos miraban hacía el infinito. Un disparo me sacó de mi sueño despierto. Después del incidente en el puente, había decidido pasar la noche en una casa cercana a él. Miré por la ventana y vi un cadáver todavía sangrando. Del asesino, ni rastro alguno. Decidí mirar la hora. Eran las 7:30. Encontré una mochila y la llené con mis escasas pertinencias. Agarré mi fusil. Lo cargué, y me dirigí hacia la puerta.

7:40
La calle estaba desierta. Caminé  por la acera hasta llegar al puente. Me apreté bien la mochila, agarré bien el fusil, y empecé a correr. Crucé el puente esquivando socavones. A una velocidad vertiginosa. Al llegar al otro lado me senté tras un muro de escombros y justo en ese momento una bala impactó a dos metros a mi derecha. Justo lo que más temía, un francotirador.

8:00
Saqué mi gorra de la mochila y le puse un palo para levantarla por encima de los escombros, la sostuve por encima del muro, hasta que el francotirador se percató de ello. La gorra voló unos metros por detrás del muro tras el impacto de la bala en ella. Me senté, y a los cinco minutos salí de mi escondite tranquilamente, puesto que el francotirador ya debería pensar que había muerto.

8:45
La casa de mi amigo estaba a unos metros de mí. Paré en su portal, y llamé gritando mi nombre. Sin respuesta. Volví a hacerlo. Sin respuesta. Decidí escalar por el árbol del jardín. Salté la valla que separaba la casa de la calle. La puerta que daba a la casa des del jardín estaba cerrada. Volví a llamar como antes, gritando mi nombre. Esta vez hubo respuesta. La puerta se entreabrió, y la silueta de mi amigo Marc se asomó. Al verme abrió la puerta de golpe y saltó sobre mí abrazándome.

9:45
Casa de mi amigo todavía tenía agua corriente y electricidad, y por eso no había sido el único en acudir a él. Tres compañeros de clase también estaban allí. Gabriel, un chico de pelo moreno y bastante alto estaba sentado en un sofá. Arnau, un chico de ojos oscuros y bastante bajito, se estiraba en el suelo, con un ordenador delante, intentando acceder a señales de satélite y radio para poder saber que estaba pasando en el resto del país. Martín, un Punk rubio, con el pelo muy corto. Había decidido apoyar a la revolución obrera pero decidió no alistarse en milicias ni nada del estilo, era un chico muy fiel a sus amigos y fue el primero de nosotros a llegar. Y por último, quedaba Joan, tenía el pelo muy corto, los ojos marrones, y las manos llenas de cicatrices.
Todos ellos me saludaron con la cabeza. Joan me dijo que me fuese a duchar, y me esperarían para comentar la situación.
El agua tuvo un efecto sanador sobre mí, me enjaboné bien y me vestí con la ropa que tenía en la mochila. 

10:15
Bajé Tenia todavía el pelo mojado, y pequeñas gotas caían sobre mi frente. Todos mis compañeros me miraron con mala cara. Arnau comentó la situación:
 -La revolución se ha esparcido hacia el interior, todos los obreros de Cataluña se han levantado en armas, y los sindicatos han declarado la huelga general temporalmente indefinida.-
Joan nos comentó la otra cara de la moneda:
-La OTAN ha hecho un comunicado a todo los medios de comunicación activos, anuncian que todo aquel que decida no formar parte de la revolución se dirija hacia las fronteras con Francia y cruce los pirineos.
Martin se levantó de su butaca y mostró su des acuerdo con esta idea, él sabía más que nadie como pensaban los obreros.
-los revolucionarios, decidirán ir hacia la frontera y controlar la gente que pasa y los fusilaran a todos y cada uno de ellos. Así que no es plan-
Todos decidimos descartar la opción de la OTAN. Así que decidimos pasar el resto del día haciendo inventarios, contando munición.

22:45
Todos estábamos exhaustos. Joan había contado municiones y empezó a compartir sus cifras. Teníamos: dos fusiles, con 100 balas para cada uno, Cinco pistolas, y 56 balas para cada una de ellas, y un arco de caza deportiva con 80 proyectiles.
Yo había hecho el inventario de comida, y teníamos: carne seca y enlatada como para unos dos días, algunas verduras guardadas en el frigorífico y croquetas en el congelador, junto a carne helada y algo de conservas. En total podríamos estar aquí dentro sin necesidad de salir unos quince días.
Martín y Arnau, habían atrincherado el pasillo y dispuesto algo de municiones sobrantes en las improvisadas barricadas del pasillo.
Montamos turnos de guardia de dos horas cada turno. Y empezamos a dormir.

Mañana será otro día. 


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jueves, 8 de enero de 2015

Capitulo 1º: Preludio

23:40
El cuerpo flotaba en el rio. Se distinguían con claridad los pies y la cara, pero el cadáver se mantenía escondido en las negras aguas.

Ocho horas antes:

15:30
El aire espeso de Barcelona me pesaba en los pulmones, todas las iglesias de la ciudad se quemaban al unísono en un grito de rebelión. El estado se había abolido y con él todos los cargos públicos: policía, bomberos, hospitales. Todo se desmoronaba ante el pueblo. Y el todo lo reconstruía a su manera a cada paso que daba.
La calle por donde pasaba estaba llena de papeles, esparcidos por el suelo. Y con marcas de botas e zapatos que los habían pisado antes que yo.
La anarquía reinaba en Barcelona.
Seguí andando a paso rápido. Vi un grupo de trabajadores de una fábrica fumar y seguirme con la mirada. No les miré, seguí andando. Hasta llegar a mi portal. Mientras subía los escalones repasé los acontecimientos del día. Había sido un día duro. De mañana había ido a mi antiguo instituto, donde había recopilado algunos de los libros sobre filosofía política que podría usar para intercambiar e conseguir alimentos en el sindicato de mi barrio.
Mis padres me habían dado instrucciones claras, si no volvían debía de coger el fusil del armario de mis padres y prepararme por si acaso venían a saquear nuestra casa. Y eso hice. Si en algo destacaba de mis amigos, era que no sabía jugar a juegos bélicos, pero a diferencia de ellos conocía la forma de hacerlo en la realidad. Desde muy pequeño mis padres me habían enseñado a disparar y defenderme solo. Arrastré mis pies hasta la cocina e hice un inventario de provisiones. Tenía: seis litros de leche embotellada, un trozo de carne seca, jamón en lonchas, tres potes de mermelada de frutas y algo de mantequilla. En el armario de mis padres encontré: un fusil y cuarenta paquetes de munición (en total 200 balas), dos pistolas (con 40 balas) y una cartuchera. Me equipé con las armas, las cargué todas y les puse el seguro. Me vestí con mis botas, un mono de trabajo y un casco de escalada de mi madre.

18:40
Me fui a la sala e improvisé una barricada con sofás y colchones.
La salté y me dirigí otra vez hacia la cocina, donde elegí de entre todos los cuchillos, uno de cortar embutido pequeño, que me puse en la bota y otro más grande que con cinta americana pude improvisar una bayoneta para mi fusil.
Me aposenté en la sala, donde me había parapetado y miré el reloj las 18:50. El sol se estaba poniendo. Decidí acostarme un rato, estaba cansado.

20:25
Tardaron en llegar. Dieron una fuerte patada en la puerta y la sacaron de sus grilletes. Eran los obreros de mi padre. Que era el propietario de una fábrica de automóviles. Me venían a buscar para matarme, como ya habían hecho con el anteriormente. Me enteré de ello puesto que lo gritaban a los cuatro vientos.
Le saqué el seguro al fusil y les apunté, mis ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad más absoluta en unos segundos y vislumbré entre ellos una cabeza cortada. Era la de mi padre. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Me puse de pie rápidamente descubriendo des de mi cintura hasta mi cabeza para que vieran quien era y que hacía. Era el hijo del burgués que acababan de matar, y les disparaba con rabia. La mayoría de ellos no tuvieron tiempo de cargar sus propios fusiles hasta que vacié las cinco balas de mi cargador. Habían caído tres  de cinco. Los otros dos saltaron hacia los lados al sentir los últimos disparos. El que parecía ser el cabecilla del grupo, salió a mi encuentro por el pasillo. Saqué la pistola de la cartuchera le quité el seguro y le disparé tres disparos. El no tardó en contestarme disparando su fusil. Me tiré al suelo y oí el sonido de un disparo sin balas. Ya no le quedaban así que me levanté rápidamente y le disparé otros tres disparos. Estos impactaron en su cuerpo causándole la muerte instantánea. El ultimo obrero vivo cargó des de la puerta blandiendo un palo con punta. No sufrió mejor respuesta que sus camaradas.


23:30
Salí de casa dirigiéndome hacia la casa de mi mejor amigo pero sin antes esconder mis provisiones en un armario.
Durante el camino me vi reflejado en un cristal, y no vi al mismo chico mono, con un brillante cabello castaño y sus catorce años, si no un adolescente con miedo a todo, que se alarmó al oír un disparo en la lejanía. Ante mí, había un puente. Debía cruzarlo sin ser demasiado visto, puesto que podrían venir más trabajadores a por mí. Salí corriendo después de contar hasta tres y empecé a correr. A la mitad del puente, vi como un obrero me apuntaba des de detrás de un coche, solté el fusil y avancé hasta donde estaba el. El se retiró de su parapeto y me dijo que me pusiera contra la valla del puente y con las manos en alto y justo cuando estaba apuntándome y a punto de disparar, me tiré al suelo, desenfundé la pistola todavía cargada y disparé. El cadáver cayó por el puente hasta las negras aguas del rio.

23:40
El cuerpo flotaba en el río. Se distinguían con claridad los pies y la cara, pero el cadáver se mantenía escondido en las negras aguas.



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