viernes, 13 de febrero de 2015

Capítulo: 6º: Cambios

9:15
El ruido de los helicópteros me taladraba las orejas. El aire expulsado por ellos al pasar por encima de nosotros arrastró una nube polvorienta. Me picaban los ojos. Seguimos el rastro de los vehículos hasta encontrar una barricada. La esquina donde nos escondíamos estaba a tres metros de ella. En ella había un grupo de milicianos resistentes a las fuerzas opresoras. Estaban bastante mal parapetados, y las pocas municiones restantes estaban esparcidas por el suelo. Los policías no se veían por ninguna parte. Exceptuando un cadáver en el suelo. Este agarraba con fuerza un escudo anti manifestantes. (No esperaban demasiada resistencia). Avancé hasta uno de los contingentes y le sacudí el hombro. Este cayó desplomado. Tenía un agujero Justo entre las cejas. El tiro certero había dejado una estela de sangre entre sus ojos, y su color verde se teñía de rojo. Salté la barricada hasta llegar a la esquina, des de allí se distinguía la plaza donde los policías habían y estaban aterrizando. Gracias a mis binóculos, pude observar que llevaban armas de asalto. Y algunos de ellos llevaban algún distintivo. Hice señas a mi grupo para que se acercaran, vinieron en fila india pegados a la pared. Les expliqué la situación. Decidimos entrar a algún edificio de la plaza por las puertas traseras, por tal de observar mejor a los hombres que llegaban.

9:45
La casa donde estábamos estaba desordenada. No como si la hubieran saqueado, sino que los amos de ella huyeron tan rápido como pudieron. Las ventanas daban a la plaza, y des de allí Gabriel observaba el segundo aterrizaje. Nos llamó la atención y miré por la ventana. Del helicóptero estaban empezando a bajar nuevos policías mejor armados. Gabriel cargó el fusil. Y sin consultarlo a nadie empezó a disparar a los conductores del helicóptero. El cristal cayó bajo sus balas, y tiñó los cristales cercanos de color rojo. Los policías saltaron del vehículo, y dispararon contra nuestra ventana. Gabriel se apartó de la ventana rápidamente. Las balas ni le rozaron. De repente los tiros cesaron. Entonces empezó el griterío. De todas las calles que desembocaban a la plaza salieron una multitud de obreros. Nadie había decidido un uniforme en concreto. Pero todos vestían los monos de trabajo azul. Una gran masa salía de las calles. Pocos de ellos tenían armas de fuego. Pero su presión contra la policía fue impresionante. Los policías incrédulos disparaban contra la masa. De vez en cuando uno caía yo intentaba buscar el autor de la muerte de esos policías. Y de repente localicé a Joan, en un tejado. Disparaba sus flechas contra los policías restantes. La masa alcanzó al grupo, y unos gritos agudos salieron de las gargantas de los policías. La plaza había sido recuperada. Y no solo eso. Estábamos en un sitio perfecto para que nos dispararan des de los helicópteros restantes. Pero eso no ocurrió.

10:30
La plaza estaba en silencio. Los obreros habían desalojado la plaza. Salimos del piso por la puerta trasera, y nos dirigimos hacia el coche. La gente estaba en la calle. Las tiendas estaban abiertas. Todo parecía no haber ocurrido los coches circulaban por la calle. La gente no iba armada. Nada parecía haber cambiado en nuestra querida ciudad. La gente salía de las tiendas con las bolsas llenas. Pero la comida no valía. Las tiendas ya no eran tiendas. Todos entraban, se servían de lo que necesitaban, y salían. Nadie parecía llenar la bolsa más de lo que necesitaba, y los productos llegaban en camiones.

12:00

Bajé por la calle hasta llegar a la playa. Las sedes de los sindicatos estaban en plena ebullición. La gente entraba y salía de ellas. Las banderas anarquistas ondeaban. En lo alto de las oficinas bancarias, mientras estas quemaban. El dinero volaba por la calle. Nadie parecía recogerlo ni almacenarlo. La gente pasaba por encima de él. La playa estaba desierta. Salté des del paseo marítimo hasta la arena. Mis piernas no lo agradecieron, pero mi cuerpo entero se puso en harmonía con el paisaje. Detrás de mí, bajó Judith. Gabriel venía civilizada mente por la rampa del paseo, junto a Anna y Joan. Este venía como cabecilla de su grupo. Judith se sentó junto a mí. Y miró el horizonte con su cabeza apoyada en mí. Yo la rodee con el brazo, y le expulsé los granos de arena de su hombro. Mis ojos recorrían el horizonte. Examinando cada metro de costa. Unos puntos aparecían en el. Parecían de color verde. Me levanté, y le fui a preguntar a Gabriel. Miré por los binóculos después de él y le pregunté de qué color eran. Él me lanzó una mirada asesina, puesto que era daltónico y después de reír un rato dijo –Morados. ¿No te jode?- Seguimos riendo. De repente Joan me arrebató los binóculos y observó. Su cara se puso blanca, le cayeron los binóculos en la arena y empezó a tartamudear.

¿Que os parece? Comentad pls.

No hay comentarios:

Publicar un comentario