9:15
El ruido de los helicópteros me
taladraba las orejas. El aire expulsado por ellos al pasar por encima de
nosotros arrastró una nube polvorienta. Me picaban los ojos. Seguimos el rastro
de los vehículos hasta encontrar una barricada. La esquina donde nos
escondíamos estaba a tres metros de ella. En ella había un grupo de milicianos
resistentes a las fuerzas opresoras. Estaban bastante mal parapetados, y las
pocas municiones restantes estaban esparcidas por el suelo. Los policías no se
veían por ninguna parte. Exceptuando un cadáver en el suelo. Este agarraba con
fuerza un escudo anti manifestantes. (No esperaban demasiada resistencia).
Avancé hasta uno de los contingentes y le sacudí el hombro. Este cayó
desplomado. Tenía un agujero Justo entre las cejas. El tiro certero había
dejado una estela de sangre entre sus ojos, y su color verde se teñía de rojo. Salté
la barricada hasta llegar a la esquina, des de allí se distinguía la plaza
donde los policías habían y estaban aterrizando. Gracias a mis binóculos, pude
observar que llevaban armas de asalto. Y algunos de ellos llevaban algún distintivo.
Hice señas a mi grupo para que se acercaran, vinieron en fila india pegados a
la pared. Les expliqué la situación. Decidimos entrar a algún edificio de la
plaza por las puertas traseras, por tal de observar mejor a los hombres que
llegaban.
9:45
La casa donde estábamos estaba
desordenada. No como si la hubieran saqueado, sino que los amos de ella huyeron
tan rápido como pudieron. Las ventanas daban a la plaza, y des de allí Gabriel
observaba el segundo aterrizaje. Nos llamó la atención y miré por la ventana. Del
helicóptero estaban empezando a bajar nuevos policías mejor armados. Gabriel
cargó el fusil. Y sin consultarlo a nadie empezó a disparar a los conductores
del helicóptero. El cristal cayó bajo sus balas, y tiñó los cristales cercanos
de color rojo. Los policías saltaron del vehículo, y dispararon contra nuestra
ventana. Gabriel se apartó de la ventana rápidamente. Las balas ni le rozaron. De
repente los tiros cesaron. Entonces empezó el griterío. De todas las calles que
desembocaban a la plaza salieron una multitud de obreros. Nadie había decidido
un uniforme en concreto. Pero todos vestían los monos de trabajo azul. Una gran
masa salía de las calles. Pocos de ellos tenían armas de fuego. Pero su presión
contra la policía fue impresionante. Los policías incrédulos disparaban contra
la masa. De vez en cuando uno caía yo intentaba buscar el autor de la muerte de
esos policías. Y de repente localicé a Joan, en un tejado. Disparaba sus flechas
contra los policías restantes. La masa alcanzó al grupo, y unos gritos agudos
salieron de las gargantas de los policías. La plaza había sido recuperada. Y no
solo eso. Estábamos en un sitio perfecto para que nos dispararan des de los helicópteros
restantes. Pero eso no ocurrió.
10:30
La plaza estaba en silencio. Los obreros
habían desalojado la plaza. Salimos del piso por la puerta trasera, y nos
dirigimos hacia el coche. La gente estaba en la calle. Las tiendas estaban
abiertas. Todo parecía no haber ocurrido los coches circulaban por la calle. La
gente no iba armada. Nada parecía haber cambiado en nuestra querida ciudad. La gente
salía de las tiendas con las bolsas llenas. Pero la comida no valía. Las tiendas
ya no eran tiendas. Todos entraban, se servían de lo que necesitaban, y salían.
Nadie parecía llenar la bolsa más de lo que necesitaba, y los productos
llegaban en camiones.
12:00
Bajé por la calle hasta llegar a
la playa. Las sedes de los sindicatos estaban en plena ebullición. La gente
entraba y salía de ellas. Las banderas anarquistas ondeaban. En lo alto de las
oficinas bancarias, mientras estas quemaban. El dinero volaba por la calle. Nadie
parecía recogerlo ni almacenarlo. La gente pasaba por encima de él. La playa
estaba desierta. Salté des del paseo marítimo hasta la arena. Mis piernas no lo
agradecieron, pero mi cuerpo entero se puso en harmonía con el paisaje. Detrás de
mí, bajó Judith. Gabriel venía civilizada mente por la rampa del paseo, junto a
Anna y Joan. Este venía como cabecilla de su grupo. Judith se sentó junto a mí.
Y miró el horizonte con su cabeza apoyada en mí. Yo la rodee con el brazo, y le
expulsé los granos de arena de su hombro. Mis ojos recorrían el horizonte. Examinando
cada metro de costa. Unos puntos aparecían en el. Parecían de color verde. Me levanté,
y le fui a preguntar a Gabriel. Miré por los binóculos después de él y le
pregunté de qué color eran. Él me lanzó una mirada asesina, puesto que era
daltónico y después de reír un rato dijo –Morados. ¿No te jode?- Seguimos
riendo. De repente Joan me arrebató los binóculos y observó. Su cara se puso
blanca, le cayeron los binóculos en la arena y empezó a tartamudear.
¿Que os parece? Comentad pls.